lunes, enero 19, 2004

Desengaños

Conoces mucha gente a lo largo de tu vida. De casi
nadie recuerdas nada al cabo de los años. De la
mayoría sabes que daban calor en verano. Llega un
momento en tu vida en el que tienes la sensación de
haberte relacionado con tres toneladas de carne de
ternera. Hubo momentos de éxito en los que una mujer
te prometió abrirle nuevos horizontes a tu vida. Le
creíste pero estabas equivocado. Era hermosa y parecía
encantadora pero de ella sólo aprendiste cuatro
posturas nuevas y una receta con ajo y limón para
limpiarle a las corbatas las manchas de dinero. Te
juró descifrar el horizonte para ti. Era mentira.
También era mentira. Aquella fulana en realidad sólo
te cambió la dieta y las camisas. La dejaste cuando
comprendiste que el destino emocional de un hombre no
puede ser vomitar agua mineral. Fueron momentos de
locura en los que tú creíste tocar el cielo con el
pene y ella admiraba tanto tu criminal sexualidad de
paria que juraría haberse masturbado en el
reclinatorio con un crucifijo de alpaca. Parecíais
felices, muchacho. Ella te tuteaba de usted y tú le
prometías el cielo escribiéndoselo en papel de regalo.
Lo más vulgar en vuestra vida era bailar de madrugada
en un antro. El caso es que acabarás tus
días a solas frente al espejo, esperando con
paciencia, con clase, con altura, a que se refine en
tu rostro, como una abreviatura de calcio, la talla de
tu cadáver. No tendrás grandes sueños. Si te conservas
delgado, podrás masturbarte con la boca para no pasar
hambre. No habrá a tu lado nadie dispuesto a correr a
comprarte aire en la farmacia. Y en medio de tan
terrible soledad, pedirás morir dormido. Porque sabes,
maldita sea, que ya no queda nadie a tu lado, ni
siquiera aquella fulana de pago que una noche mientras
bailabais te prometió que volvería a tu lado y te diría:
"He vuelto, cielo, porque sé que no tienes
quien cierre tus ojos"...

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