martes, enero 13, 2004

Televisión

Hace algunos años no tenía claro cuál era el origen del hombre. Según la teoría cristiana, el varón procedía del barro y la mujer de la costilla del hombre. Los curas no tenían pruebas pero resultaba divertida aquella enigmática mezcla de magia y alfarería. Pero después empezó a prosperar la teoría de Darwin y hubo que hacerse a la idea de que el hombre podría proceder del mono. Todos teníamos en las fotos del abuelo un antepasado con las orejas grandes y separadas y un rostro escueto con la restringida mímica de un simio, así que la teoría no parecía descabellada. Pero estos días le eché un vistazo a la televisión y me he desengañado. "Crónicas Marcianas" parece haber demostrado que el hombre procede del cerdo. Yo creo que no se necesitan grandes instalaciones para hacer la televisión que nos ofrecen. Programas como el de Javier Sardá se pueden perpetrar con un guionista embalsamado y un establo. Cada vez que escucho a Loles León, recuerdo su aparición como chica Almodóvar. Entonces era la gordita locuela y chistosa, la inocente obscenidad pasiva en la patología de aquel cine que en realidad lo que anunciaba no era una nueva cota de la inteligencia, sino el camino al abrevadero. Porque al cabo de los años, en "Crónicas Marcianas" de esa pobre Loles León parece que sólo puedas esperar que haga de vientre por la boca. Juraría que una mujer como ella sólo puede resultar fina a oscuras. No se necesita mucha lucidez para comprender que hay cosas más interesantes por las que abrirte a vómitos. Me dirán que la zafiedad es un inevitable efecto secundario de la libertad. Bien, conforme, uno comprende que a veces hay que dejarse amputar la pierna para salvar la vida. Pero que en "Crónicas Marcianas" lo que se nos amputa, maldita sea, es el cerebro.

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