jueves, enero 29, 2004

La vida...

Siempre que muere una relevante personalidad de más de 80 años, se despacha el fallecimiento haciendo constar que el óbito produjo "hondo pesar y consternación". Es mentira. El periodismo necrológico está lleno de frases tópicas y manidas que en realidad sólo sirven para ajustar la página entre dos anuncios de coches. Cada vez que muere un personaje al borde de los 90 años, a mí realmente lo que me alarma es haberme enterado de que todavía estaba vivo. A cierta edad lo sorprendente es la vida, no la muerte.
Cumplidos los cincuenta hay que concienciarse de que cualquier mínimo dolor puede esconder una fatal enfermedad que nos comerá la mitad de las facciones y hará que ni siquiera nos reconozca el perro de casa. Nunca fui hipocondriaco pero llevo una larga temporada presintiendo que algo malo va a sucederme y que, con mi malala suerte, no hay que descartar que sea cáncer de colon ese ruidito en el motor del coche. Mucha gente acude al gimnasio porque creen que el ejercicio prolonga la vida. Allá ellos. Yo no soy de esa idea. Cristo murió después de haber arrastrado largo rato la cruz, que era la tabla de surf de la época. Más sensato, aunque también más pedante, encuentro que la gente acuda al estilista para que le haga un peinado que desmienta el mal aspecto de su rostro. El peluquero es el último recurso después de que hayan fallado estrepitosamente la quimioterapia y el tarot. Nadie te quitará de encima el cáncer de páncreas, pero con un buen peinado es como si te fueses a morir de broma, con una llevadera muerte como de fogueo. Lo que cuenta es el aspecto, no sólo en la vida, sino también el la muerte. En América llevan lustros tapizando los cadáveres para exponerlos en el velatorio durante los canapés. En cualquier duelo, al menos el 30 por ciento de los presentes tienen peor aspecto que el difunto, que sólo aparenta haber pasado una mala noche.
Reconozco haber llevado una vida poco recomendable para alcanzar la vejez. Los vicios estropean el cuerpo, es cierto, pero a cambio, adquieres escepticismo y rencor, dos cualidades muy necesarias para ir tirando sin que te afecten demasiado las adversidades. Conozco tipos marginales que convirtieron el dolor en fotogenia y los estragos en una equívoca sonrisa en la que mismo parece que fuese a descarrilar el Orient Express. La historia está llena de castos varones que aprovecharon el dolor para alcanzar la santidad, ese opiáceo. En mi caso soy consciente de que no reúno los requisitos de coraje que se necesitan para alcanzar la santidad, así que los dolores del cuerpo y los sinsabores del espíritu los he ido aprovechando para alcanzar el cinismo. En un rostro castigado suelen confundirse la luz del Evangelio y el desplegable de Play Boy.

No hay comentarios: